Al entrar a este lugar debo de atravesar una puerta muy pesada de madera, es grande y hay que empujarla con mucha fuerza para poder ingresar. Con sólo dar un paso en el lugar se siente un fuerte olor, un olor incómodo, pero no soy la única que lo siente, ya que dos señoritas, vestidas como si estuvieran en el Polo Norte, comentan sobre el olor fétido proveniente del cuarto. Entrando al lugar me encuentro con una mi amiga, sin decir nada, nos saludamos y nos damos un abrazo de cariño. Al parecer el lugar está un poco lleno, hay cola para ingresar y los espejos sucios son ocupados por varias señoritas, quienes tienen en común verse bellas y arreglarse el cabello para no lucir tan descuidadas. Me siento en una banquita de hierro que se encuentra a la par de un espejo largo, el cual si está limpio, porque la señorita que hace la limpieza acaba de pasarle un trapo que suelta un olor como a desinfectante. Esta señorita de limpieza me llama la atención, es bajita de estatura y se mira joven como de 25 años, me pregunto, ¿será que trabaja todo el día o si estudia en la noche? Es algo que no me podré responder por el momento, ya que acaba de irse del lugar, me imagino que para seguir limpiando y haciendo su labor. Como decía, me siento en la banquita y observo a mi amiga como se esmera en maquillarse para lucir hermosa y así su novio le diga: ¨qué bonita te miras hoy mi amor¨, es típico de ellos dos. Mientras mi amiga y yo platicamos, noto a mi lado derecho a una joven un poco nerviosa, es muy posible que esté en su período de menstruación y necesite ayuda. ¿Para qué mentir? No resisto estar mucho tiempo metida en este lugar, prefiero ir a sentarme a los jardines de la universidad los cuales se mantienen llenos de mentes sanas y juventud.
lunes, 26 de octubre de 2009
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