Tal vez te guste o tal vez lo aborrezcas, pero al final de todo échale la culpa a los hongos. No creo que sean alucinógenos, pero por alguna razón estos hongos me los inventé en mi cabecita. No se sabe de donde provienen esta clase de hongos, sólo se sabe lo bien que te pueden hacer sentir y lo mucho que penetran en los túneles del pensamiento construido. Debido a que el pensamiento construido quiere resaltar y llevarse los créditos, entonces les contaré un cuento. Aquí es donde la imaginación empieza de esta historia.
Todo comenzó una primavera para Mónica, quien vivía en una mansión gigantesca en los valles de Florencia, con su tío adoptivo y los sirvientes de la casa. Por describir un poco al tío, no se sabe el porqué de su soltería y el porqué de su soledad. Solamente aparenta ser una persona alejada sin más que decir, a distancia se puede distinguir un corazón congelado con el tiempo en busca de ser calentad. Sin embargo, Mónica no cabía en la mansión de la alegría que reinaba su corazón, del gozo que día a día sentía al jugar en los grandes jardines, anchos llenos de flores y bejucos con pájaros cantando alrededor de ella al ritmo de sus canciones, las cuales le enseñaban en el kínder. Los sirvientes eran en su mayoría mujeres, ya que estaban para cuidar de Mónica, pero habían otros sirvientes que nunca atendían a Mónica y ella no entendía entonces cuál era su trabajo.
Un día de tantos en primavera, Mónica no quiso salir a jugar, se negaba a comer y mucho menos a bañarse. Cayó en una depresión poco común para una niña de su edad, para alguien que vivía saltando siempre de la felicidad. El tío mandó a las sirvientas para que la contentaran y trataran de hacer algo para sacarle una sonrisa, pero la niña no respondía a nada. Le preguntaban cuál era la razón de su tristeza y ella sólo se tiraba a llorar. Mónica pasó días así; hasta que un día, Tania, una sirvienta de origen alemán, pasó por el cuarto sin que Mónica se diera cuenta y escuchó unos llantos provenientes del lado contiguo al de Mónica, cada llanto que Mónica escuchaba se abrazaba ella misma fuerte del miedo y de la preocupación. Tania sin saber qué hacer, corrió a consolar a Mónica y trató de calmarla, pero la niña sólo quería dejar de escuchar esos llantos de tristeza, entonces Tania le prometió buscar de donde provenía tanto llanto y así calmar su angustia. La sirvienta y la niña fueron al pasillo de cuartos, pero sólo encontraron cuartos llenos de muebles y libros. Al principio, pensaron que se trataba de fantasmas en la mansión, era de esperarse ya que la mansión es antigua y trae su historia en el tiempo. Algo adentro de Mónica le decía que debía de llegar al fondo de estos llantos, corrió a su cuarto a buscar una llave vieja de tamaño grande a comparación de las llaves normales, esta llave la encontró uno de tantos días en el cuarto de su tío sin que él supiera, por el tamaño de la llave la niña la agarró y se le había olvidado devolverla. En el cuarto contiguo al de ella, había un trinchante con un agujero del tamaño de la llave encontrada, la niña corrió a probar y ¡sorpresa! existía un pasadizo secreto a un cuarto oscuro, oscuro, oscuro, grande y espacioso. Lo primero que Mónica vio al entrar fue a tres sirvientes sentados en una cama alrededor de un niño, un niño pálido casi sin vida, se notaba lo adolorido que podía estar y a su alrededor mesas llenas de medicinas e inyecciones.
La niña sorprendida se acercó al niño y le dijo a los sirvientes que se retiraran y no le comentaran nada a su tío. Con el tiempo, Mónica se fue haciendo amiga de Pablo, el niño en la cama, quien según los doctores sufría una enfermedad de los huesos, por lo tanto, era muy débil para caminar y tampoco le podía caer la luz del sol, ya que sus defensas se mantenían bajas y eso le podía causar fuertes dolores de cabeza. Mónica nunca creyó en tanto pronóstico médico y un día decidió abrir las grandes cortinas del cuarto para que Pablo conociera la luz del día y se alegrara un poco más en su corazón. Pasaron los días y Mónica alentaba cada vez más a Pablo para que intentara caminar y así darle fuerzas a sus piernas, Pablo se quejaba mucho, sin embargo, al final paraba haciendo lo que Mónica mandaba. Ya Mónica no lloraba, ni estaba deprimida, porque los llantos habían terminado, Pablo había encontrado su primera amiga y Mónica no escuchó más ruidos que la deprimieran y la pusieran triste.
Mónica no lo pensó dos veces y una mañana de abril, se levantó decidida a sacar a Pablo de su cuarto y enseñarle a jugar y cantar como ella solía hacerlo. Los dos niños tomaron el riesgo de ser vistos por su tío y salieron al jardín con ayuda de los sirvientes. Los sirvientes sabían que los iban a regañar, pero era tanta la felicidad de los niños que se les ablandó el corazón y accedieron. Sin más decir, los niños salieron al jardín y para Pablo era interminable su sonrisa, era interminable la emoción y el agradecimiento que sentía por Mónica. Estuvieron toda la mañana jugando y no se dieron cuenta que había llegado la hora de almuerzo cuando el tío llegaba a la mansión a supervisar que todo estuviera bajo control y hubiera comida para el almuerzo.
El tío entró en carroza con caballos, esa era la única manera de recorrer la subida a la mansión y llegó a la entrada cuando descubre a los niños y sirvientes jugando en el jardín. Al principio, se puso eufórico y rojo de la rabia, porque Mónica había descubierto a Pablo, quien según el tío no era apto para salir a la luz del día, pero pasó un hallazgo que nadie se esperaba. Los niños no se habían dado cuenta que su tío había llegado y los estaba observando, mientras que los sirvientes bajaron la cabeza de la vergüenza y pena al ver a su patrón enojado.
Al ver como los niños corrían por todos lados persiguiéndose y jugando, el tío notó que Pablo no presentaba problemas para caminar y mucho menos correr, esto lo alegró más que cuando su última esposa le pidió el divorcio. El tío soltó el bastón que utilizaba para caminar y corrió hacia los niños para abrazarlos y demostrarles lo mucho que los amaba. Los niños también corrieron hacia él y Mónica le dijo: ¨tío, ¿porqué no me habías presentado a mi primo? y soltó una carcajada de felicidad. El tío nunca había sentido tanta felicidad en su corazón, siempre había sido un corazón congelado, pero al final encontró su sol para calentarlo.
lunes, 26 de octubre de 2009
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